
Así pasaron ocho años, ocho largos años, en los que Yánadil recordaba con ternura y añoranza el tiempo en que estudiaba junto a Blas. Transcurridos ocho años, la maestra Séfil la citó al Templo, lugar donde se iba a llevar a cabo una reunión de emergencia del Gran Concilio. Ella, junto a los discípulos de los otros doce consejeros, iban a formar un equipo cuya misión les sería revelada por el líder del grupo, al que conocerían tras la reunión. Lo único que se le informó es que la misión era de suma importancia, así que debía tomarla muy en serio.
Yánadil llegó temprano al Templo, lugar al que ya no iba tan seguido después de haber terminado su instrucción formal con Séfil. Allí debía esperar junto a los otros Yépads en el vestíbulo de los Pilares de las Artes Mágicas. La espera no fue muy larga, pues a la hora señalada llegó quién sería el guía del grupo: Blas. Entonces su corazón dio un brinco y comenzó a latir aceleradamente. Hacía mucho tiempo que no lo veía y cuando pasó frente a ella notó lo apuesto que estaba.
Desde entonces, pese a que durante su juventud hubo muchos varones que pretendieron conquistarla, ella no tuvo ojos más que para quién llegaría a ser el amor de su vida… Blas Zemérik.
Yánadil llegó temprano al Templo, lugar al que ya no iba tan seguido después de haber terminado su instrucción formal con Séfil. Allí debía esperar junto a los otros Yépads en el vestíbulo de los Pilares de las Artes Mágicas. La espera no fue muy larga, pues a la hora señalada llegó quién sería el guía del grupo: Blas. Entonces su corazón dio un brinco y comenzó a latir aceleradamente. Hacía mucho tiempo que no lo veía y cuando pasó frente a ella notó lo apuesto que estaba.
Desde entonces, pese a que durante su juventud hubo muchos varones que pretendieron conquistarla, ella no tuvo ojos más que para quién llegaría a ser el amor de su vida… Blas Zemérik.