
El Incidente en el Bosque de Luz
El séptimo día de viaje comenzó temprano por la mañana. Luego de un reconfortante chapuzón en el lago y un contundente desayuno, los hechiceros se pusieron en marcha.
Su parada en el Lago Fordos había sido muy reparadora. No sólo recuperaron fuerzas y energía, sino que también el decaído entusiasmo. Además, los heridos ya estaban completamente recuperados, con tanta o más vitalidad que sus compañeros.
Así, como decía, el viaje se reinició temprano. Gracias a su renovado entusiasmo, avanzaron a paso largo y rápido, recuperando el tiempo que habían perdido. Sólo las sinuosidades del terreno les impidieron ganar más tiempo. Al caer la noche acamparon en la cima de una colina desde donde podía verse, a lo lejos, un potente destello.
Al día siguiente volvieron a madrugar y se pusieron en camino rumbo al destello, lugar al que llegaron a media tarde.
Frente a ellos se encontraba el imponente Bosque de Luz. Pero, antes de adentrarse en él, decidieron almorzar (decisión unánime).
La impresión que daba el Bosque era el de un hermoso espectáculo natural que dejó boquiabiertos a la mayoría de los jóvenes magos. Sin embargo, a Nerin no le causó la misma sensación. Para ella era sólo un bosque común y corriente, sin nada magnífico o excepcional. Sin embargo, en el instante mismo en que puso un pie dentro del Bosque, comenzó a sentirse extraña, la invadió una rara sensación, pero le restó importancia y no se lo comentó a nadie. Además, nadie parecía sentir lo mismo y creyó que pronto pasaría.
Tras un buen rato de silenciosa marcha, una voz sobresaltó al resto:
-Bonito lugar -comento Ridert-, pero ya me está cansando.
Y no era el único. Las palabras de Ridert describían la sensación general del grupo. El bosque era muy hermoso, pero ver tanta luz y todo tan luminoso (incluso las criaturas que moraban en él) cansaba. Así que optaron por cubrir sus ojos con un poco de magia para evitar encandilarse todo el tiempo.
Nerin, en cambio no se sentía agobiada por la luz. Era su cuerpo el que comenzaba a molestarle. Los pies, los brazos, en general, todos sus miembros se iban poniendo más pesados a cada paso que daba. Finalmente, su cuerpo cedió ante el cansancio y se desplomó sin conocimiento.
-¡Nerin! -exclamó Lenia- ¡Nerin, despierta!
De inmediato todos voltearon para ver que ocurría con su compañera.
-¿Qué pasó, Lenia? -preguntó Blas.
-No sé, venía caminando junto a mí y de pronto se desmayó.
-Dino, encárgate. Délguer y Traben, levanten el campamento. Ya avanzamos suficiente por hoy -ordenó Blas.
Una vez que el campamento estuvo instalado, llevaron a Nerin a su cama. Aún permanecía inconsciente y no reaccionaba ante ninguno de los hechizos de Dínodor.
-¿Cómo está? -preguntó Blas preocupado.
-La verdad es que no lo sé -respondió Dínodor-. Ninguno de mis hechizos ha funcionado.
-Pero, ¿puedes hacer algo?
-Lo voy a intentar.
Haciendo uso de su magia más poderosa y con la ayuda de su talismán, Dínodor empleó su hechizo más potente sobre Nerin. La expectación inicial dio paso a la frustración de los hechiceros al ver que su compañera no mostraba mejoría alguna.
-Descansa, Dino -sugirió Blas-. Ya has hecho suficiente.
Dínodor, que si bien se veía cansado, no había agotado todas sus fuerzas (como ocurriera antes). Entonces, ignorando las palabras de Blas, volvió a intentarlo una vez más. Su frustración era evidente, pues nada había podido hacer por su amiga, ni siquiera con sus mejores hechizos.
-No puedo fallarle -dijo volviendo a aplicar su magia una vez más.
Pero fue inútil. Nerin no iba a reaccionar así.
-¡Basta, Dino! -exclamó Blas-. No vas a conseguir nada gastando así tu energía. Mejor ve a dormir. Mañana veremos que podemos hacer.
"Y veremos si Nerin se recupera", pensó para sí. Blas estaba inquieto, tanto por la salud de su compañera como por el inesperado contratiempo.
El séptimo día de viaje comenzó temprano por la mañana. Luego de un reconfortante chapuzón en el lago y un contundente desayuno, los hechiceros se pusieron en marcha.
Su parada en el Lago Fordos había sido muy reparadora. No sólo recuperaron fuerzas y energía, sino que también el decaído entusiasmo. Además, los heridos ya estaban completamente recuperados, con tanta o más vitalidad que sus compañeros.
Así, como decía, el viaje se reinició temprano. Gracias a su renovado entusiasmo, avanzaron a paso largo y rápido, recuperando el tiempo que habían perdido. Sólo las sinuosidades del terreno les impidieron ganar más tiempo. Al caer la noche acamparon en la cima de una colina desde donde podía verse, a lo lejos, un potente destello.
Al día siguiente volvieron a madrugar y se pusieron en camino rumbo al destello, lugar al que llegaron a media tarde.
Frente a ellos se encontraba el imponente Bosque de Luz. Pero, antes de adentrarse en él, decidieron almorzar (decisión unánime).
La impresión que daba el Bosque era el de un hermoso espectáculo natural que dejó boquiabiertos a la mayoría de los jóvenes magos. Sin embargo, a Nerin no le causó la misma sensación. Para ella era sólo un bosque común y corriente, sin nada magnífico o excepcional. Sin embargo, en el instante mismo en que puso un pie dentro del Bosque, comenzó a sentirse extraña, la invadió una rara sensación, pero le restó importancia y no se lo comentó a nadie. Además, nadie parecía sentir lo mismo y creyó que pronto pasaría.
Tras un buen rato de silenciosa marcha, una voz sobresaltó al resto:
-Bonito lugar -comento Ridert-, pero ya me está cansando.
Y no era el único. Las palabras de Ridert describían la sensación general del grupo. El bosque era muy hermoso, pero ver tanta luz y todo tan luminoso (incluso las criaturas que moraban en él) cansaba. Así que optaron por cubrir sus ojos con un poco de magia para evitar encandilarse todo el tiempo.
Nerin, en cambio no se sentía agobiada por la luz. Era su cuerpo el que comenzaba a molestarle. Los pies, los brazos, en general, todos sus miembros se iban poniendo más pesados a cada paso que daba. Finalmente, su cuerpo cedió ante el cansancio y se desplomó sin conocimiento.
-¡Nerin! -exclamó Lenia- ¡Nerin, despierta!
De inmediato todos voltearon para ver que ocurría con su compañera.
-¿Qué pasó, Lenia? -preguntó Blas.
-No sé, venía caminando junto a mí y de pronto se desmayó.
-Dino, encárgate. Délguer y Traben, levanten el campamento. Ya avanzamos suficiente por hoy -ordenó Blas.
Una vez que el campamento estuvo instalado, llevaron a Nerin a su cama. Aún permanecía inconsciente y no reaccionaba ante ninguno de los hechizos de Dínodor.
-¿Cómo está? -preguntó Blas preocupado.
-La verdad es que no lo sé -respondió Dínodor-. Ninguno de mis hechizos ha funcionado.
-Pero, ¿puedes hacer algo?
-Lo voy a intentar.
Haciendo uso de su magia más poderosa y con la ayuda de su talismán, Dínodor empleó su hechizo más potente sobre Nerin. La expectación inicial dio paso a la frustración de los hechiceros al ver que su compañera no mostraba mejoría alguna.
-Descansa, Dino -sugirió Blas-. Ya has hecho suficiente.
Dínodor, que si bien se veía cansado, no había agotado todas sus fuerzas (como ocurriera antes). Entonces, ignorando las palabras de Blas, volvió a intentarlo una vez más. Su frustración era evidente, pues nada había podido hacer por su amiga, ni siquiera con sus mejores hechizos.
-No puedo fallarle -dijo volviendo a aplicar su magia una vez más.
Pero fue inútil. Nerin no iba a reaccionar así.
-¡Basta, Dino! -exclamó Blas-. No vas a conseguir nada gastando así tu energía. Mejor ve a dormir. Mañana veremos que podemos hacer.
"Y veremos si Nerin se recupera", pensó para sí. Blas estaba inquieto, tanto por la salud de su compañera como por el inesperado contratiempo.