
Transitaron por un largo corredor donde se exhibían artefactos extraordinarios y recuerdos de épocas pasadas. Parecía un largo museo cuyas piezas despertaban la curiosidad de la niña. Al final del pasillo había una enorme puerta rodeada por trece enormes pilares, tan grandes que Yánadil apenas los alcanzaba a cubrir con la mirada. A cada lado de la nave se abrían dos pasillos más pequeños, uno de los cuales llevaba al despacho de Séfil Manut. Al llegar a éste, la puerta se abrió sin que nadie accionara mecanismo alguno, lo cual era absolutamente normal para un mago. Al entrar en el despacho fueron recibidos por una brisa ligera y suave que acarició sus rostros. Yánadil sintió una cálida sensación de calma que recorría su cuerpo entero. Sus padres, a modo de saludo, colocaron la mano derecha sobre su hombro izquierdo haciendo una ligera reverencia y luego extendieron el brazo chasqueando los dedos. Dos esferas de luz aparecieron frente a la consejera, quién las absorbió entre sus manos al tiempo que la brisa se detenía. Yánadil de inmediato reparó en el muchacho que se encontraba junto a la consejera. Parecía ser un poco mayor que ella y, al notar que la estaba mirando, se sonrojó. Él sin embargo no prestó mayor atención y susurró unas palabras al oído de la consejera, quién asintió con la cabeza, tras lo cual el niño se retiró.
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